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El goce y el tratamiento de la satisfacción
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Patricia Moraga |
En el análisis, también es cuestión de devenir y de ser, de cambio y de identidad. Lo que cambia, lo que está entonces en devenir y puede transformarse, atañe al registro del deseo. La meta de la interpretación es actuar sobre las pasiones, o sea, sobre el deseo que resume a todas ellas, decía Jacques-Alain Miller en su curso "El ser y el Uno". Actuar sobre las pasiones sería posible gracias a la palabra. Hacer que el deseo emerja, separarlo de lo que lo obstaculiza, sería un efecto del análisis. De un análisis cabe esperar, pues, que nos lleve por esta vía. El primer momento de la enseñanza de Lacan sería, en este sentido, heracliteano. La cura es pensada como un devenir, cuyo único punto de referencia fijo sería el deseo, como metonimia del ser. Pero el análisis ¿no es acaso un devenir que hace advenir al sujeto? "Tratar la satisfacción, ¿es cambiarla?", se pregunta Patricia Moraga. Habría entonces otra dimensión de la enseñanza de Lacan, una dimensión más parmenídea, que se inclinaría a cernir, no tanto el Ser, sino la identidad, la "Mismidad", lo que no cambia y nunca cambiará. En materia de satisfacción pulsional, habría algo del orden de un núcleo duro que no puede ser modificado. Paradójicamente –de nuevo, Jacques-Alain Miller lo demostró en su curso "El ser y el Uno"–, esta reiteración, esta repetición en lo idéntico, no brinda ningún ser; existe y revela de manera ominosa el sustrato de goce que existe más acá de todo ser. Clotilde Leguil |
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